Historia de la Copa Lipton


La Copa Lipton —que disputaban las selecciones argentina y uruguaya— atesora una riquísima trayectoria que nos remonta a los orígenes del fútbol organizado en el Río de La Plata. Discontinuada desde hace 30 años, descansa hoy en la vitrinas de la AFA. Esta es su historia…

En 1863 la Football Association (FA) comenzó a codificar el fútbol moderno en Inglaterra. Los primeros partidos internacionales “informales” entre jugadores ingleses y escoceses fueron organizados a partir de 1870 por Charles W. Alcock, el legendario Secretario de la FA.

El primer encuentro internacional formal se jugó el 30 de noviembre de 1872 en Glasgow, entre equipos representativos de Escocia e Inglaterra. El partido reunió 4.000 espectadores y terminó empatado sin goles.

En 1884 comenzó a disputarse el British Home Championship, un torneo anual de fútbol que reunía a las 4 naciones constituyentes del Reino Unido: Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda.

En el Río de la Plata el fútbol internacional recorrió similar derrotero. Residentes británicos de ambas márgenes jugaron en Montevideo en 1889. Este partido se organizó anualmente hasta 1894. Los años impares en la Banda Oriental y los pares en Buenos Aires

En 1901 se retomó la tradición y organizó un encuentro amistoso entre equipos integrados por jugadores de ambas orillas. Este partido no integra el historial oficial, pero fue de vital importancia para iniciar la competencia regular entre los entes reguladores de cada país.

Al año siguiente —1902— se jugó en Montevideo el primer partido formal entre representativos de las ligas argentina (porteños) y uruguaya (orientales). En 1903 se jugó la revancha en Buenos Aires. En 1904 no se jugó debido a la inestable situación política en la Banda Oriental.

En 1905 Sir Thomas Lipton —el magnate del té— donó un trofeo para que fuera disputado anualmente por equipos integrados por jugadores nativos de la Argentina y Uruguay. Fue el primer trofeo internacional de fútbol entre naciones no británicas.

No queda claro por qué Lipton donó el trofeo. Pudo haber sido una acción publicitaria para impulsar la comercialización de sus productos, aunque también se especula que mantenía fuertes lazos de amistad con connacionales escoceses que desarrollaron el juego en Buenos Aires.
El trofeo es una estupenda pieza de orfebrería en plata elaborada en Londres. Está compuesto por 3 jugadores que sostienen un balón sobre el que se yergue una victoria alada. En la base están los escudos argentino y uruguayo, más las chapitas para dar cuenta de los resultados.

En el inicio se la denominó Copa de Caridad (como consta en la inscripción grabada en el trofeo), pues la recaudación neta de cada match se destinaba a obras de beneficencia. Luego se popularizó como Copa Lipton, y así se la conoció en el ambiente del fútbol.

En 1906 se instituyó otro trofeo similar —Copa Newton—llamada Copa de las Ligas pues los equipos se integraban con jugadores de cada campeonato (jugaban los extranjeros). Las sedes se alternaban con las de la Copa Lipton. Ya llegará el momento de contar su historia en otro hilo.
La Lipton se disputaba a partido único. En caso de empate se compartía el honor y el ganador vigente retenía el trofeo. Los viejos impresos computan bien los resultados, pero algunas estadísticas modernas difunden que en caso de empate el visitante obtenía el trofeo.

El gráfico muestra la línea de tiempo de todas las ediciones disputadas. La posesión del torneo se alternó por rachas (3 argentinas y 2 uruguayas). En el inicio el historial fue muy parejo, pero a partir de 1937 se decantó en favor de los argentinos.

La Lipton se jugó con suma regularidad durante el primer cuarto del siglo XX. Hasta 1929 se disputaron 19 ediciones en 25 temporadas. El historial a esa fecha registraba 7 victorias argentinas, 6 uruguayas y 6 empates.

A partir de 1929 los partidos por la Copa Lipton fueron esporádicos (sólo 9 ediciones en 63 temporadas), y hasta se introdujeron intervalos de más de una década de duración. En esta fase se registraron 4 victorias argentinas y 5 empates.

Entre 1905 y 1992 se jugaron 28 ediciones en 88 años. En 11 se registró un Empate, en otras 11 ganó la Argentina, y en las 6 restantes ganó Uruguay. El partido no se jugó en 60 de las 88 temporadas de vigencia. Se disputó en 16 canchas en Buenos Aires, Montevideo y Avellaneda.

A principios del siglo XX el partido por la Copa Lipton era el más importante de la temporada y reunía multitudes. Luego perdió relevancia a medida que se espaciaron los partidos. Repasemos cada uno de estos encuentros mediante la cobertura que publicaron los medios de la época.

En 1905 se jugó el primer partido en la Sociedad Sportiva Argentina en Palermo (actual Campo de Polo). Terminó empatado sin goles. Se intentó definirlo en 30’ suplementarios, pero restando 9’ se abortó por falta de luz. El resultado fue “Empate” y el trofeo quedó en Buenos Aires.

En 1906 el partido se jugó por primera oportunidad en Montevideo, en el Parque Central del Club Nacional de Football. Asistieron unos 5.000 espectadores. Los argentinos ganaron por 2 goles a 0 y así obtuvieron por 1ª vez el trofeo.

En 1907 se jugó en el field de Estudiantes en Palermo (Av. Alvear y Oro), que resultó insuficiente para alojar a la nutrida concurrencia. Los argentinos triunfaron 2 a 1 y obtuvieron por 2ª vez el trofeo. Alfredo Brown ocupó el arco en el 2º tiempo pues Laforia salió lesionado.

En 1908 se repitió el Parque Central (estadio más frecuente de la Lipton). La concurrencia superó las 7.000 personas. Uruguay usó una extraña camiseta roja y negra a franjas horizontales. El partido terminó empatado en 2 goles y los argentinos retuvieron la posesión del trofeo.

En 1909 se jugó por primera vez en el estadio de Maldonado del Club de Gimnasia y Esgrima en Palermo. La nota curiosa la dio la tribuna debajo del tablero metálico por el que circulaba el Ferrocarril a Rosario. Los argentinos ganaron 2 a 1 y obtuvieron por 3ª vez el trofeo.

En 1910 se jugó en el Belvedere de Wanderers. Los uruguayos estrenaron su tradicional divisa celeste, triunfaron 3 a 1, y ganaron por 1ª vez el trofeo. Los argentinos acusaron que el clima reinante fue hostil y al cabo del partido ambas asociaciones rompieron relaciones.

En 1911 —recuperada la armonía entre dirigentes— el partido regresó al estadio de Maldonado de GEBA. Reunió unos 15.000 espectadores en sus amplias tribunas, construidas en 1910 para los juegos del Centenario. Los uruguayos ganaron 2 a 0 y obtuvieron el trofeo por 2ª ocasión.
En 1912 se regresó al Parque Central del Club Nacional de Football. Los uruguayos vencieron por 2 goles a 0, obtuvieron el trofeo por 3ª ocasión (3 triunfos en 3 años consecutivos), y empataron el historial que acumulaba: 3 victorias argentinas, 3 uruguayas y 2 empates.
En 1913 el fútbol porteño estaba dividido, y por eso la Asociación Argentina no contaba con el estadio de GEBA. Se jugó entonces en el estadio del Racing Club en Avellaneda. Argentina ganó por 4 goles a 0 (todos convertidos por Max Susán) y ganó el trofeo por 4ª vez.


No se jugó en 1914 (las asociaciones estaban otra vez distanciadas). En 1915 el partido volvió al estadio de GEBA en Palermo, donde una verdadera multitud presenció las acciones. Argentina ganó por 2 goles a 1 y obtuvo el trofeo por 5ª ocasión.

En 1916 el duelo por la Lipton retornó a su escenario más habitual: el Parque Central del Club Nacional de Football. Los argentinos ganaron por 2 goles a 1 y obtuvieron el trofeo por 6ª oportunidad.

En 1917 la sede elegida fue otra vez el estadio de madera del Racing Club en Alsina y Colón. Argentina ganó por 1 gol a 0, completó 4 triunfos consecutivos en las 4 últimas ediciones disputadas, y obtuvo la Copa Lipton por 7ª vez.

En 1918 se usó el efímero Parque Pereira, un enorme estadio en Montevideo en el que en 1917 se jugó el 2º Campeonato Sudamericano (que puso en juego la Copa América por primera vez). Ya no se jugó el 15 de agosto. El empate en 1 gol mantuvo la posesión en poder de los argentinos.

En 1919 fue la última oportunidad en la que se jugó en el estadio de Maldonado (GEBA), tan sólo unos pocos días antes de la escisión de la Asociación Amateurs. Uruguay ganó por 2 goles a 1, obtuvo el trofeo por 4ª vez, y recuperó la Copa Lipton luego de 6 temporadas.

No se jugó en 1920 y 1921. En 1922 el clásico partido retornó al Parque Central del Club Nacional de Football. El triunfo de los orientales por 1 gol a 0 les permitió obtener el trofeo por 5ª oportunidad.

En 1923 se jugó en Iriarte y Luzuriaga, el mítico estadio de Sportivo Barracas inaugurado 3 años antes. El empate sin goles aseguró la continuidad de la posesión del trofeo por parte de los uruguayos.

En 1927 —tras un paréntesis de 3 temporadas— se jugó en Brandsen y Del Crucero, la cancha de madera de Boca Juniors que precedió a la Bombonera. Argentina presentó a todas sus figuras luego de la unificación del fútbol, pero la victoria uruguaya (1 a 0) les dio su 6ª Copa Lipton.

En 1928 se jugó por última vez en el Parque Central de Club Nacional de Football. Uruguay —reciente bi-campeón olímpico—empató el partido en 2 goles en los instantes finales, y aseguró así que la Copa Lipton se quedara en Montevideo.

En 1929 se jugó en el flamante Gasómetro de San Lorenzo de Almagro en la Av. La Plata. Fue el primer partido de la selección argentina en este enorme estadio de hierro y tablones. El empate sin goles les permitió a los orientales retener la posesión del trofeo.

En 1937 —al cabo de un largo intervalo de 7 temporadas— se jugó en el gran estadio de cemento de Independiente en Alsina y Cordero. La goleada por 5 goles a 1 permitió que los argentinos ganaran su 8ª Lipton, y que el trofeo volviera a Buenos Aires luego de 18 años.

La llegada de la Copa Lipton a Buenos Aires en 1937 no pasó desapercibida para los medios de la época. Esta foto ofrece una rara oportunidad para apreciar la altura del trofeo (≈95 cm) al compararlo con la estatura de las personas. No hay fotos de la Lipton en un campo de juego.

En 1942 —al cabo de 4 temporadas de intervalo— se jugó por primera vez en el estadio Centenario de Montevideo inaugurado en 1930 para la primera Copa del Mundo de la FIFA. El partido terminó empatado en 1 gol por lado, y le permitió a la Argentina mantener la posesión del trofeo.

En 1945 —luego de una interrupción de 2 temporadas— el estadio Centenario volvió a recibir a los tradicionales rivales. Un nuevo empate, esta vez en 2 goles por bando, coronó las acciones. Los argentinos mantuvieron entonces la posesión de la Copa Lipton.

En 1957 —luego de una extensa pausa de 11 temporadas— la Lipton volvió a disputarse en la Argentina después de 20 años. El partido se jugó en el Palacio de Huracán. Se registró un empate en 1 gol (tercera paridad consecutiva) y la Argentina continuó en posesión del trofeo.

En 1962 —tras un intervalo de 4 temporadas— se jugó por primera vez en el estadio Monumental de River Plate inaugurado 24 años antes. Menotti debutó, y quizás jugó su mejor partido en la selección. La victoria por 3 goles a 1 le dio a la Argentina su 9ª Copa Lipton.

En 1968 —tras un impasse de 5 temporadas— se jugó en un despoblado estadio Monumental de River Plate. A juzgar por el título de la nota, el partido no agradó a pesar de que el triunfo argentino por 2 goles a 0 le permitió ganar el trofeo por 10ª oportunidad.

En 1973 se reanudó la disputa tras 4 temporadas. El estadio José Amalfitani de Vélez Sarsfield (cancha favorita de los 70s) recibió a la Copa Lipton por primera vez. Un empate en 1 gol por bando le permitió a la Argentina retener la posesión del trofeo.

En 1976 se disputó la Copa del Atlántico entre Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay. En cada partido se volvieron a disputar las viejas copas internacionales. La Lipton se reanudó tras 2 temporadas, otra vez en el Amalfitani. La Argentina ganó 4 a 1 y obtuvo la copa por 11ª vez.

En 1992 —tras un amplio paréntesis de 15 temporadas— se jugó en el Centenario de Montevideo la edición final de esta señera copa internacional. Un opaco empate sin goles (el mismo resultado del primer partido en 1905), clausuró la disputa y mantuvo la posesión del lado argentino.

La AFA tiene la posesión de la Copa Lipton desde 1937. No prevé reiniciar su disputa. Merced a la tesonera labor de los historiadores de @HistoriaAFA esta pieza clave del desarrollo del fútbol en el Río de la Plata está plenamente identificada. Ojalá brille algún día en un museo.

Los estadios de la Ciudad de Buenos Aires

 16.9.2022 - 22 minutos

Participación en la columna "De Espaldas de Río" de Sebastian Arteaga, en el programa "Eso Que Falta" en FM La Tribu.

El partido del siglo (Plaza Euskara)

Mucho antes de que el fútbol ocupara su lugar, la pelota vasca fue el deporte profesional por excelencia de los porteños. En 1885 se jugó el “partido del siglo”, entre Indalecio Sarasqueta, llamado Chiquito de Eibar, y Pedro Zabaleta, apodado Paysandú.


El partido se jugó en la Plaza Euskara, edificada en 1882 por la sociedad Laurak-Bat (significa 4 en 1 y refiere a las provincias vascongadas: Álava, Guipúzcoa, Navarra y Viscaya). Estaba ubicada en los límites de la antigua ciudad de Buenos Aires, en el barrio de San Cristóbal.


Fue el primer escenario apto para partidos de pelota de gran envergadura. El frontón tenía 12 metros de altura, con pared izquierda de 60 metros de largo (dividida en 15 cuartos de 4 varas cada uno). Contaba con gradas y palcos con capacidad para 4.000 espectadores.


A principios de 1885 se planteó una seria disputa deportiva entre Paysandú y Chiquito. Al cabo de un breve pero intenso intercambio de desafíos en los diarios, los negociadores de ambas partes acordaron las condiciones para jugar el partido el 19 de abril en la Plaza Euskara.


Paysandú era sin duda alguna el mejor jugador local. En 1882 inauguró la Plaza Euskara en un partido con Carricalushe, y hasta fines de 1884 se desempeñó como canchero de ese frontón y concesionario de la confitería.


La Plaza Euskara era un frontón a la altura de los mejores existentes en España. Esta circunstancia contribuyó para que cada año llegaran a Buenos Aires eximios pelotaris vascos, entre los que Chiquito de Eibar fue uno de los más destacados.


El partido se planteó mano a mano, con guante corto de remonte, pelotas de “traer y traer” (cada uno con las propias), a 80 tantos, y por 5.000 pesos nacionales.


Se superaron todas las expectativas. La concurrencia excedió los 8.000 espectadores, y los tranvías a caballo no dieron abasto. La reventa de entradas y las apuestas estuvieron a la orden del día. Muchos aficionados llegaron desde Uruguay para alentar a su coterráneo.


Un tema crucial para el desarrollo del juego fueron las pelotas, pues era muy marcadas la diferentes prestaciones entre las “españolas” (que usaba Chiquito), y las “criollas” (en cuya confección Paysandú era un maestro experto).


Los jugadores ingresaron a la cancha a las 2.15 de la tarde. Fueron recibidos con calurosas demostraciones de afecto. Se sorteó entonces quien tendría el primer saque, una ventaja significativa pues en estos partidos el sacador ejerce un fuerte predominio sobre quien recibe.


Chiquito ganó el saque y ejecutó 9 de ellos sin que Paysandú pudiera responderlos. Sus servicios eran francos y rectos, pero tan poderosos que picaban más allá del cuadro 15 (donde el piso de la cancha era de tierra y amortiguaba el pique de la pelota).


Paysandú ganó por primera vez el saque en el 10º punto, y allí comenzó una gran remontada. Obtuvo 17 tantos consecutivos.


Chiquito volvió dos veces al saque, pero Paysandú siempre retomó el control del juego y estiró considerablemente las diferencias.


Pero el Chiquito no se amilanó, recuperó la iniciativa y, merced a un ponderable esfuerzo, equilibró las acciones y ante la sorpresa general pasó a liderar el partido 31 a 30 al enhebrar 15 tantos de manera consecutiva.


En esta instancia se produjo una incidencia que cambió el rumbo del juego. Chiquito arrojó un saque fuera de la cancha, y el partido quedó empatado en 31. Pero a continuación Paysandú también falló su saque (cayó en los palcos), y desperdició así una gran oportunidad.


Al recuperar el saque, Chiquito decidió cambiar estrategia, y comenzó a jugar con las pelotas preparadas por su rival (que picaban menos). Éstas le dieron la posibilidad de hacer aún más daño con su poderoso saque, y el desenlace del juego cambió de rumbo irreversiblemente.


Chiquito acumuló una diferencia considerable. Paysandú recuperó el saque en un par de oportunidades, pero el de Eibar ya había resuelto la forma de arrestar los envenenados saques de su rival (lo hacía de revés por detrás del cuerpo sin dar vuelta).


Con el tanteador 72 a 48 se levantó una tormenta de viento y tierra que obligó a suspender el juego. En el ambiente reinó gran incertidumbre, pues no era claro qué decidirían los jueces si el partido no podía terminar, y el monto de las apuestas en juego era considerable.


Afortunadamente el partido se reanudó, y Chiquito completó rápidamente los 8 puntos que le restaban para lograr una amplia victoria por 80 a 48. El de Eibar mostró un estado físico impecable en el que no hizo mella la fatiga, que sí alcanzó a Paysandú.


Entre varios espectadores notables se encontraba el ex-Presidente la Nación Domingo Faustino Sarmiento, quien se acercó al vencedor para expresarle sus más sinceras felicitaciones.


La nutrida barra uruguaya honró sus fuertes apuestas. Como el país atravesaba una crisis financiera debida a las pocas reservas de oro (?), se dijo que las talegas llenas de libras esterlinas que los visitantes convirtieron a pesos nacionales beneficiaron a la economía local.


Se planteó jugar una revancha, pero jamás se concretó. Los pelotaris vascos retornaron cada año a Buenos Aires, y la actividad estuvo en boga hasta inicios del siglo XX. Paysandú fue todo un referente de la pelota local, y se mantuvo en actividad hasta bien entrados sus 70 años.


La Plaza Euskara se vendió en 1902 y demolió a principios de 1903. La sociedad Laurat-Bak sigue vigente, y tiene su sede (y trinquete) en la Av. Belgrano 1144 entre Lima y Salta. Es un buen lugar para ir a almorzar o cenar típica comida vasca.










Sigue la crónica de La Prensa, publicada el 21 de abril de 1885, prueba de que 137 años atrás los porteños ya estaban bien atentos a los grandes espectáculos deportivos…


Hacía 8 días que el tema obligado de todas las conversaciones es el partido de pelota concertado entre el Chiquito y Paysandú. En las crónicas de los diarios, en los cafés, en los teatros, en los tranvías, en los ferrocarriles, y en cuantas partes se aglomera gente, se discutían las probabilidades del triunfo con el mismo interés y entusiasmo que si se hubiese tratado de la elección presidencial o de un acontecimiento nacional.

Todos emitían su opinión, el doctor académico, el entenado rentista, el activo comerciante, el laborioso trabajador, y el aspirante a laborioso discutían con el mismo calor y convicción que un montañés euskaro. Se estudiaban las habilidades especiales de cada uno de los jugadores para el arte del peloteo, las condiciones de la Plaza, los saques de revés de Paysandú, el sotamano de Chiquito, el aire de aquel, y las cortadas de este, con la misma prolijidad que si se tratase de una batalla en la que dos ejércitos debieran disputarse el éxito de un triunfo decisivo. 

Pero no es sólo entre el sexo barbudo donde ha reinado este entusiasmo, hasta el sexo bello ha puesto en la balanza de la discusión su opinión, o más propiamente su deseo, que se manifestaba generalmente por el que le indicaba el sentimiento de su nacionalidad.

Pero el entusiasmo de estas discusiones tiene su efecto inmediato, que es la apuesta o la traviesa, y tras la disertación y la discusión venía la apuesta de dinero o de un objeto cualquiera, que sellaba y arraigaba la opinión y el deseo de los partidistas. 

Así, el domingo, ya antes de las dos de la tarde se encontraba completamente llena la gran Plaza Euskara destinada al juego de pelota. Un círculo compacto de una muchedumbre apiñada rodeaba la baranda de hierro que protege la cancha. Los tendidos, los palcos, y las galerías que forman la barrera de la plaza por el lado Oeste, desaparecían bajo una imponente aglomeración de gente. 

La blanca pared que forman el ángulo noreste, las azoteas de las casas y los techos de los galpones inmediatos a ella, se asemejaban a un hormiguero inmenso. En todas partes a las que se dirigía la vista no se veían más que masas compactas de gente que, apiñados unos sobre otros, dirigían anhelantes su vista a la cancha en la que debían disputarse el triunfo decisivo los dos atletas del juego de pelota. 

En aquella mar de gente se mezclaban, se apretaban, se empujaban y se confundían en confuso concierto todas las edades y todas las clases, sin que ninguna queja ni protesta interrumpiera la ansiedad que embargaba el animo de la muchedumbre que esperaba sin impacientarse en apariencia la salida de los jugadores. 

A las dos y cuarto los jueces habían ocupado ya sus puestos, el contador esperaba al pie del indicador, y los ayudantes de los jugadores colocaban en su lugar la pelotas con que debía jugarse, cuando un hurra sonoro, espontáneo, e inmenso atronó los aires. Era que entraba en la plaza con su guante en la diestra el Chiquito, en mangas de camisa y cubierto con boina punzó. Desde este momento el cuchicheo de aquella multitud se parecía al zumbido de un enjambre monstruoso, los partidarios de Indalecio Sarasqueta se animaban en su presencia y, a juzgar por estas manifestaciones, parecía que todos los concurrentes fuesen sus parciales. 

Pero no obstante esto, pronto se observó que había aún espectadores que no se habían manifestado. Este momento fue la entrada de Paysandú en la Plaza. Venía como el otro con el guante en la mano, vestía camisa con rayas azules y cubría la cabeza con boina azul. La entrada originó otros hurras más sonoros y más potentes, aún si cabe que los anteriores. 

En plaza ya los jugadores, presentaron a los jueces las pelotas y los guantes. Llenados los requisitos de inspección y conformidad se jugó el saque a cara y cruz. La suerte favoreció al Chiquito, y sus parciales le saludaron con gritos de júbilo y de apuestas a su favor. Los paysanduistas estaban de baja. Los chiquitistas, que se animaban al compás de sus propios aplausos, ya se creían dueños del partido.
 
Este partido ha interesado extraordinariamente el ánimo de los aficionados tanto aquí como en Montevideo y la campaña, de donde han venido numerosos aficionados a presenciarlo, porque ha encarnado el carácter de nacionalidad y de la clase de juego. Pero ha sido el partido peor que quizá se haya jugado en esta temporada, porque el éxito quedó reducido a la materialidad de la potencia del brazo en el saque.

Los que conocen el juego de pelota saben que al ble, la ciencia del saque entra generalmente en segundo a último término. En efecto, hay jugadores de tercero o cuarto orden que sacan tan lejos como el Chiquito, en tanto que no hay uno que se conozca que tenga su juego. Por eso mismo se juega generalmente en cancha abierta con saque limitado y derecho, a fin de que el éxito del juego sea del que mejor juegue y no del que más brazo tiene.

El partido de antes de ayer ha sido debido a esto el partido de los saques, pues apenas alcanzaron entre los dos a restar 12 de los 128 saques que se hicieron. 

El Chiquito sacaba 13 y 14 cuadros, o sea 65 y y 70 varas, y los botes alcanzaban las 75 y 80 varas. Paysandú tiene un saque de revés, muy seguro de la clasificada por muy mala, y puede decirse que es de los que no pueden devolverse. No saca más que hasta el 9 o el 10, pero su pelota va arrimada a la pared en espiral y bota al revés, y cuando se le quiere tomar de aire, que es la única manera posible de restarlo, escapa de la curva del guante para saltar arriba o salir de costado. 

Por lo mismo que se comprendía desde un principio que el partido estaba concretado al saque, ofreció hasta que el Chiquito pasó de 35 tantos varias alternativas que costaron mucho dinero a los paysanduitas. Estos creyeron asegurado el éxito, en cuanto Paysandú aventajó en 17 tantos a su contrincante. En este momento se ofrecía doble a sencillo a favor de aquel. Hubo algunas paradas pero limitadas, lo que revela que no tenían tampoco mucha confianza los chiquitistas. 

Al terminar el partido, o sea cuando el Chiquito alcanzó 80, Paysandú sólo tenía 48 así pues que aquel gano el partido con 32 tantos de ventaja. Pero ya los hemos dicho, este resultado en nada cambia el valor de los jugadores.
 
El Chiquito es jugador de cancha abierta, como tal, estriban su habilidad en la vista, en la agilidad y en la potencia de su saque. El Chiquito juega generalmente de sotamano, con el brazo libre, tomando como punto de apoyo el hombro, circunstancia que le permite jugar despacio y con la fuerza y soltura que le convenga.
 
Paysandú en cambio es jugador de cancha cerrada, está acostumbrado a jugar de sobre brazo y con efecto de arrastre, corte, o tambor. Apoya su fuerza en el codo y sus movimiento bruscos le obligan a jugar con preferencia de aire y por tanto a jugar más apresurado que el Chiquito. Su saque, sus aire, como su revés son potentes tanto en cancha cerrada como en abierta, pero son una especialidad de la primera y no de la segunda. 

Paysandú no cabe duda alguna que en cancha cerrada, donde existen tambores, redes y pared de costado, es el primer jugador del mundo, pero no lo es ni es de presumirlo acá, en cancha abierta, porque para esto sería preciso que cambiase en muchas partes su juego y ya es difícil que Paysandú pueda darle ya el juego de acción necesario para ello al brazo.

Ambos ejercen un juego diferente y hasta cierto modo incompatible. El Chiquito es difícil que aprenda a jugar en cancha cerrada. Paysandú juega inmejorablemente en esta, y muy bien en plaza abierta, pero no como el Chiquito porque no es su especialidad.

El resultado de partido produjo sin duda algunos desencantos del bolsillo, pero no del objetivo, pues terminó en medio de aplausos generales al Chiquito y Paysandú que se abrazaron en la Plaza. 

Algunos socios del Laurak-bat obsequiaron al Chiquito con un banquete, en que se brindó por todos los jugadores de pelota, por la pronta vuelta del héroe de la fiesta, por el adelanto de la sociedad Euskara y por la cordialidad de chiquitistas y paysanduistas.